30 de abril de 2009

Un cuento depre:

Un cuento depre:

Ese día me levante cansada de vivir.
Decidí no llamar a Salvador, es que no siempre me ayuda con mis depresiones. Pensé que lo mejor sería esperar que se me pasara mirando un programa de televisión sin mucho contenido, pero la nena estaba insoportable, y yo irascible.
Cuando estoy asi la solución es hacer una torta, de las de caja, cosa que no me lleve mucha atención.
Puse a Luna en el cochecito y me dispuse a ir al supermercado. Necesitábamos cambiar de estado. A Luna le encanta salir a pasear, cuando la meto en el cochecito se calma, es claro que después de un tiempo de haberse levantado de dormir , se aburre dentro de casa.
No es fácil criar a un hijo sola, a veces quiero estar tirada, triste, llorar, y no puedo. Por otro lado si lo cuento me dicen “pero tenes una hija hermosa”, y sí, tengo una hija hermosa, pero que mierda tiene que ver. También tenía una vida hermosa, y una libertad hermosa.
Salude al de seguridad al llegar a planta baja, camine hasta la esquina y decidi ir al chino de la vuelta, un señor muy amable colaboro para entrar el cochecito, odie al chino que no hizo rampa, odio ser cordial y poner una sonrisa cuando estoy depre.
Caminaba por las góndolas pensando todo esto cuando de repente escuche un grito, era mi hija que con su dedo señalaba un paquete de galletitas, se lo di para que lo llevara en la mano, tome todo lo necesario para mi torta y me dirigi a la caja.
Luna gritaba, quería bajar del cochecito, nadie se daba vuelta y me ofrecia su lugar, y la verdad es que en mi espalda sentía una tonelada de angustia que no me bancaba mas.
Luna era una beba increíble, tranquila, inteligente. Era un ser que me hacia viajar permanentemente hacia otra dimensión, y a su vez era quien me había bajado a la tierra.
Había sido engendrada después de una fiesta que empezó un sábado y termino un jueves.
Hoy no se de quien es hija, porque es hija solo mía, y fue una elección personal tenerla, con mucho miedo de no saber si ella seria enferma o no, con mucho miedo de no saber qué le voy a decir cuando me haga preguntas, y con mucho miedo y vergüenza de haber enfrentado a todos para que naciera. Hoy ella es mi familia, tenemos una relación súper privada y cerrada, creo que es eso lo que hace que por momentos me sienta ahogada.
Salimos del super, camine al sol un poco, mirando la cara de la gente pasar, pensando que de alguna manera esas caras no me daban tranquilidad, no me transmitían alegría, la gente tambien estaba mal.
Entre tantos ojos y bocas que pasaban, unos celestes como el cielo se conectaron con los mios, logrando ponerme nerviosa, era un hombre de unos 40 años, interesante, tenia unos ojos maravillosos.
Hace dos años que no sostengo relación alguna con un hombre, cuando Luna nació estuvo enferma, y le dedique gran parte de mis horas a su recuperación, olvidando la mía.
Un día mire el espejo y vi a una matrona que no conocía, detrás de toda esa grasa y esas tetas lechosas estaba yo, una mujer imponente que se había escondido para poder ser mama.
Por momentos me siento orgullosa de mi misma, y por momentos me detesto, hoy es uno de esos días, siento que fui egoísta con las dos.
Pasamos por una vidriería y ella me miro en un espejo, detrás del chupete emitió una sonrisa, una mirada cómplice, la mire con los ojos llenos de lagrimas y sonreí. Sabía que ella entendía más de lo que yo pensaba.
El viento frio te golpeaba en la cara, era un día gris de otoño.
Al llegar al departamento deje un segundo el cochecito, quería pedirle al de seguridad que me diera una mano con las bolsas.
El golpe fue ensordecedor, cuando me di vuelta pude ver el final de mi vida.

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